miércoles, 16 de diciembre de 2009
La técnica de Onetti.
Es de un valor grande el tener en mano las cartas de Onetti dirigidas a Julio Payró. En ellas se vierte una parte importante de la poética del autor de Juntacadáveres; quizá en ningún texto es tan visible como en ese diálogo íntimo de amigos con el crítico de arte (Payró). Su profundidad se desmenuza en una serie de juegos espaciales y sonoros. Ejercicios que atentan contra la estructura pero que en verdad, como las licencias poéticas, le dan un nuevo significado a las formas tradicionales de la lengua que aún sigue asombrándonos.
M.T.
lunes, 14 de diciembre de 2009
Segundo descanso
DE OLEAJE TÚ DE ENTREGA DE REDIVIVAS MUER-
tes
en el maramor
plenamente amada
tu néctar piel de pétalo desnuda
tus bipanales senos de suave plena luna
con su eromiel y zumbos y ritmos y mareas
tus tús y más que tus tús
tan eco de eco mío
y llamarada suya de la muy sacra cripta mía tuya
dame tu
Balaúa
Oliverio Girondo
jueves, 10 de diciembre de 2009
Comentario
Desde esta trinchera.
M.T.
domingo, 6 de diciembre de 2009
Otro texto
ENRICO Y LOS PECES
Esta historia me llegó por lapsos en una charla con Pausanías, médico nihilista, que desarrolló un temor a las noticias novedosas y prefirió que yo contase la historia por ser escritor. Los intervalos y las fechas fueron designados por él.
Tenía forma de pez. Así lo dijeron la esposa y la abuela en la canícula del 21 de agosto. Su casa era pequeña, tenía sólo una habitación, la estancia y un espacio para el comedor. El patio era amplio con un cuarto de servicio al fondo donde se guardaban los objetos viejos.
Su mujer era alta de ojos aceitunados y una piel pálida y fina, la boca, pequeña y tenue. Su aliento, lo había descrito Enrico, era un halo de canela.
Desde el baño, Enrico Galva llamó a Magdalena. Él sólo en ocasiones especiales mostraba su habilidad. Ella y los familiares de Enrico que le visitaban de vez en vez decían irónicamente que tener un esfínter que creara un pez vivo era una facultad conferida a los dioses.
- Dios – contestaba ufano – es una falacia, esto es más grande.
A pesar de ello, él siguió comiendo por las noches avena y azúcar combinados con agua tibia. A veces el estreñimiento impedía realizar su proeza. Tomaba dos litros de agua, desayunaba un vaso con leche, dos galletas que Magda preparaba; así como un poco de ron para agilizar la digestión. La dieta de la tarde era lechuga, soya en forma de carne y una copa de oporto. No lograron determinar cómo era que esos peces nacieron de él pero este acto ya era cotidiano.
Hermanos y amigos cercanos lo visitaban y antes de realizar la prueba, ellos inspeccionaban en el baño, no hubiera una bolsa con el pequeño escuálido.
“Infames”, pensó Enrico.
Él, antes de llevar a cabo el ritual, pedía un vaso con agua a su mujer. Ella se lo llevaba y le besaba la frente; él sonreía como un niño. Los espectadores, le pedían mostrara el vaso con detenimiento y luego se designaba a uno de ellos para acompañarlo durante todo el trance. Era una cosa fácil, un espectáculo, que por pudor sólo pertenecía a la familia y a los cercanos.
Enrico en su extraño aspecto, se dejaba la barba y permitía que ella le recortara el excedente dos veces por mes. Su frente era amplia y su sonrisa destellaba por la dentadura firme y nácar. Apenas rozaba los treinta años. Hasta ese momento no tenía hijos con Magda, pero esperaba el momento oportuno para que ella cediera.
Para el mes siguiente, 18 de septiembre, el médico de la abuela quería conocer el suceso. Su mujer estuvo de acuerdo, sintió que Enrico podría demostrar, si no científicamente, sí de una forma tácita su hazaña. Pero a la hora de la visita del doctor, Enrico, molesto, pospuso la demostración.
Galva sólo era un hombre prodigio, regordete con manías y certezas. Ella, había propuesto la idea de hacer el acto público y cobrar una cuota fija por grupo; porque para ese momento había leído un libro de Gabriel García Márquez que describía a un ángel caído del cielo en un pueblo de costa y, gracias a él, la familia que lo apresó pudo levantar una mansión. Nunca leyó el final. Él pensó en el dinero, en la fama y los sueños de viajes imposibles que habían quedado en la cabeza de su esposa desde el inicio de su matrimonio, pero respetaba la naturaleza de su prodigio y no quería venderse.
- Enrico, no quiero ser una mujer común- decía ella -. Merezco más. Lo hemos esperado por mucho tiempo.
Esa frase era un reproche. Sólo demostraba desconfianza.
Él terminó por pensar en lo absurdo que sería tener a los doctores inspeccionándole el culo; a los medios de comunicación preguntando por sus maneras de crear, que también eran absurdas.
- ¡Cagaré como yo quiera! – respondió entre dientes.
La abuela Matilde citó en octubre al doctor. Magda se esmeró en comprar juegos de baño combinados y mantener limpia la casa. Enrico estaba en la oficina postal. Pronto volvería del trabajo.
El médico llegó. La mujer ofreció en una copa de oporto. Era una tarde nublada. Se sorprendió del aspecto y las maneras tan finas casi femeninas del doctor. Miraba sus ojos color turquesa – profundos- y escuchaba de sus labios el paladeo de las palabras.
- Viene un poco retrasado; no tengo mucho tiempo, hay otra visita.
Ella sonrió. Lo guío para distraerlo hacia el baño, vio el nuevo juego de tapetes y fundas para las tapas. El médico miraba el reloj. Entonces Magda, vio su cabello entrecano y pensó en el porte de “hombre maduro definido, triunfador”.
- No tarda – contestó conciliadora, dirigiéndose, ambos, a la sala.
- Es usted una gran anfitriona- dijo el doctor – pero tengo que marcharme, le dejo esta tarjeta.
Ella miró la mano del doctor y no se parecía en nada a la de Enrico: era suave y huesuda, sin ningún daño, totalmente pulcra.
- Pero mejor llame cuando pueda hablar con usted – agregó el médico.
Enrico al entrar, lo miró extraño, sin preocuparse de su tardanza. Vio a Magda ofendida. Le dio un beso de saludo y fue al baño para realizar algo magnífico: dejó un pez multicolor.
- Hoy desayuné toronja en lugar de naranja en mi jugo – dijo satisfecho con el pez en una bolsa de plástico.
“La variabilidad de la comida - notó él - es a pesar de todo como si nos sumergiéramos en un juego de azar. Es sólo la voluntad de cambiar el orden y los tipos de alimentos, pero sin dejar de utilizar la base que provoca este prodigio”.
Hacia finales noviembre, ya hacía un frío invernal, la abuela Matilde los visitó con el doctor. Enrico estaba incómodo con la inspección. El doctor explicó durante una hora los casos extraños que vio; pero de los veinte años de carrera nunca le tocó uno como éste. Él era especialista en estomatología y daba consulta en el hospital central.
Mencionó sus épocas de interno en un hospital de Texas y la manera en que había visto una microcirugía de esófago con una simple cámara introducida en el cuerpo de un paciente. Las mujeres se quedaron asombradas. Parecía como si el espacio de la casa fuera insuficiente para albergar a tan importante personaje. El médico cambió de tema y dijo:
- Llamamos a dos proctólogos y un especialista en gastroenterología del hospital central para que comprueben el suceso.
- Sí hijo, de esto ya verás que hasta la tele viene a tu casa- complementó la abuela Matilde.
Ella, a pesar de ser vieja, tenía una piel suave y lisa; unos ojos vivos que la luz llenaba de un color azul. Tenía formas de una mujer joven pero siempre se delataba por su voz, un poco enronquecida por el tiempo. Su edad no era evidente, puesto que aún no se había encogido y mantenía un vigor de hembra adormecida. Ella era la tía de Magda, pero Enrico la vio siempre como la madre de su mujer. La manera de referirse a ella, parecía una burla socarrona ante los cuidados que Matilde procuraba para su persona.
Enrico, durante la charla, no contestó a ninguna de las acotaciones, disimulaba muy bien hasta el fin de la plática. Interrumpió, invitando al doctor a revisar el espacio por su propia cuenta. El médico entró a observar el depósito, el retrete, los gabinetes, las tuberías, hasta olió el interior.
- Ni siquiera huele a pescado – dijo Enrico.
La abuela Matilde y Magda hablaban de los medios de comunicación y la posible fortuna que venía. Cuando el prodigio y el doctor salieron del sanitario, ellas desviaron la conversación. Enrico invitó al médico a que en cuanto tomara el té, que abuela había preparado, entrara con él a mirar su proeza. El doctor Pausanías prefirió hablar con las mujeres en la sala. Observaba el cuadro de la última cena que coronaba la habitación.
- He leído de esto – dijo el doctor – pero sólo sucede en los periódicos amarillistas o en la ficción. Ninguna revista médica registra casos fuera de alteraciones genéticas que modifiquen los apéndices.
Magda abrió los ojos y susurró: “parece muy real”.
- La realidad y la ficción son construidas bajo un mismo patrón en sus argumentos – dijo, mientras dejaba su té en la mesa -. Por ejemplo, Gabriel García Márquez escribe cuentos al servicio de la realidad pero no se sujeta a ella.
- Yo creía – contestó - que se escribía sólo la verdad.
- La verdad – dijo la abuela Matilde – es sólo una invención de la mente humana- señaló la frente.
Enrico gritó desde dentro, el doctor entró, y vio un pez largo de bigotes de gato que nadaba plácidamente.
- Eso sucede cuando estoy nervioso – replicó.
Lo que no sabía el doctor Pausanías es que esos animales sólo sobrevivían doce horas y que luego flotaban boca arriba; por ello no tenían pecera.
- Sus colores son tibios – dijo Enrico mientras lo atrapaba en una bolsa de plástico.
Salieron del sanitario y el doctor secó su frente.
Pausanías no habló más durante la tarde, sólo se tomó tres tizanas sin regresar al asunto hasta que la noche llegó. Éste se disculpó con la abuela y con Magda y con Enrico hizo una mueca parecida a una sonrisa: “un ser tan común podía llevar a cabo un acto sublime”.
La mujer acompañó al doctor a la puerta, le dejó un recado en la mano que Pausanías guardó de inmediato en el parche del saco.
“Definitivamente me envidia- pensó Enrico – mi futuro llegó hasta aquí. Si sólo fuera otro hombre esto sería más fácil.”
- ¿Por qué te molesta, a caso esto que te sucede no es más irreal que si alguien escribiera una historia? – contestó la abuela.
Replicó de una manera enérgica: “no dejaré que ningún especialista me vea ustedes hagan el plan sobre sus propias vidas y yo lo haré sobre la mía”, dirigió la vista a su mujer. Abandonó rápido la sala. Lo adivinó, ellas no desistirían.
La Abuela Matilde y su esposa pactaron el encuentro con los fisiólogos. Por la obstinación de ellas se habían cancelado las visitas. Hasta los familiares más cercanos fueron evadidos.
El 24 de diciembre; Enrico no fue a la oficina postal, había permanecido en casa para las fiestas. La suspicacia lo invadió. Pensó en lo que tramaban esas mujeres. Y decidió librarse de ello sin confrontaciones.
- Me voy – se colocó su chaqueta .
- No puedes, la abuela dijo que venía a pasar la noche- salió Magda de la cocina.
Enrico miró su billetera y se dirigió a la puerta.
- ¡Que te quedes carajo! – gritó ella cuando él ya había cruzado el umbral.
Enrico caminaba escuchando una serie de gritos desde dentro pero no quiso regresar a discutir. El camino era largo. A su paso miró una camioneta. Siguió de frente. Oyó el último grito desde la puerta pero él no se detuvo. Un taxi paró en la esquina, él se aprestó a subir, mientras el cielo mostraba la luna naciente.
Regresó a casa después de las doce. Las luces estaban apagadas. “La abuela me tendió una trampa”, dijo en voz baja y sonrió. Pero siguió de frente hacia la sala y vio la mesa llena de vasos sucios y cucharas. Entró al comedor. Todo estaba confundido en la penumbra.
- ¡Magda, Magda!- le gritó pero sólo estaba ante las tinieblas- ¿dónde estás?- lo dijo con una ingenuidad casi infantil.
Encendió las luces conforme entraba a las habitaciones.
Pateó una botella de licor que rodó hasta la puerta del patio. Estaba cerrada. Llegó hasta ella, pero oía unos ruidos que salían del cuarto de servicio, en la bodega de las cosas viejas. Un vaho nocturno le hizo descifrar ese lenguaje conforme se aproximaba. Abrió el cuarto y vio desnudos a Magdalena y Pausanías; a tía Matilde en el sillón observando la escena.
“Eso es lo que sucede cuando dejo mi casa sola”, pensó mientras miraba a la abuela; “Es el odio que los hombres mezquinos tienen por los bienes que otros poseen”. Luego llegó la luz a su mente. “Es el precio de conocer el mundo, ese lo pagas con la perversión”.
Cerraba la puerta mientras regresó por el camino hacia el baño. Defecó un pez y luego bajó la palanca del baño.
- Ya es tarde- se dijo como negando con las palabras el peso de la realidad.
Fue a su habitación y tomó las cosas de su mujer y las hizo un bulto. Luego sacó el equipaje a la calle.
“Es el precio de la perversión que tiene que pagar el hombre por el conocimiento”, se dijo. Sintió una presión en la garganta que le impedía tomar aire.
Ya su mujer venía desnuda por el patio, él regresó a tomar la botella que había pateado del suelo, ya rota. La izó por el cuello, mostrando los filos de cristal y se dijo: “Aquí los espero, sé que vendrán”.
Magda ebria cruzaba el umbral hacia la cocina y la luna menguante aparecía con su brío en mitad del cielo.
Pausanías desapareció después de relatarme estos fragmentos. La última vez lo vi pidiendo limosna y no me reconoció. Después supe que había muerto desnudo en un parque público; no tenía testículos, las cicatrices aún se notaba en la entrepierna.
Yo no creí esa historia.
miércoles, 25 de noviembre de 2009
Otro texto del libro de cuentos
LOS FIELES
A Genaro Rendón
Este relato lo transcribí de la reproducción de un viejo VHS con la etiqueta que le da nombre. Me lo canjeó un ladrón por una botella de licor de caña. En este video se relata cómo las primeras bandas se dividen el poder en este pueblo.
Los esperamos desde hace cuatro horas, escondidos en esta zanja tupida. La tierra está seca, sólo puede germinar la hierba mala. Un cuenco viejo permanece en tierra oxidado. Está seco como nosotros. Somos tres los que estamos encomendados aquí. El negro nos dijo que lo debemos liquidar antes de que pase por completo la peregrinación. Juan piensa que mataremos a su padre, está feliz. No sabe que otro será el muerto. Arguye que está cansado y los pies se le entumen. El sol arrecia.
- ¿Cuándo van a llegar?- dice Juan.
Mientras se arranca el pelo del costado. Se ve ansioso.
Yo lo miro con piedad. Crecimos juntos, ahora debe caer, por la responsabilidad de su padre. El padre que a todos nos bautizó. Luego Juan empieza a comerse su propio cabello que tiene en las manos. Como un juego de mordisquear los folículos delgados hace un pequeño esfuerzo se los traga.
- No falta mucho - mira el reloj, marca las tres y media.
Observo todos los huecos de polvo; sé que ellos vendrán. Estamos sedientos y urgidos por el tiempo. Ariel saca un cigarrillo y lo enciende; luego hunde su mano sobre la tierra blanda. Su silencio nos quema. Juan tiene temor, tiembla cuando toma el arma. ‘El cura no nos protegió. Alguien tiene que pagar, el dinero que pasa por aquí es demasiado para que el cura nos quiera ver la cara’ nos explicó el negro. Juan tiene el cíngulo de su padre.
- Pinche sol – espeta Ariel con su voz ronca.
Él se acerca para decirme que terminemos de una vez, yo le digo que el negro nos dio la orden que lo esperáramos y arroja el cigarrillo.
Con el cañón del revólver le hago la señal de silencio y le explico:
- El negro dijo que pasarían a estas horas, no falla- dice la voz en off.
- ¿Y si ellos también están armados?- contesta Juan.
- Tú disparas y ya - responde Ariel hastiado.
Ariel es el más tranquilo de los tres. El sol le da en pleno rostro y no parece hacerle mella. Yo sudo como un loco. Vemos otra polvareda y levantamos las armas. Ariel corta el cartucho de su escuadra y yo preparo el gatillo de mi Smith & Wesson. Oigo sus cantos ya cerca. Se escucha un tambor y una sonaja que acompañan sus rezos. La peregrinación, por la polvareda, oculta sus rostros. No sabemos quienes cruzan la colina: son una sierpe de formas humanas que avanza lentamente, la farsa. Juan lleva la botella de agua y le da el último trago. Ariel se adelanta y lo sigo. Los rezos y los cantos se escuchan muy cerca. Juan dispara de forma defensiva, casi inocente.
‘Pendejo’, grita la voz en off. Ariel mira a Juan y éste empuña la pistola en contra de Ariel.
- El negro nos traicionó – titubea, Juan, quitándose el sudor confundido con las lágrimas. Yo no respondo. Oímos el grito del negro desde el grupo de personas: “está muerta”.
Los rezos cesan y sólo el zumbido del polvo nos da en la cara. Juan quiere huir, una convulsión lo deja en el piso vomitando sangre. No entendemos. Ariel avanza hacia el cuerpo que se agita. El polvo disminuye. Veo una turba de hombres con R -15. El viento se tarda en anunciármelo. Ya no hay tiempo. El sol me ha secado la boca. El negro, que viene entre el tumulto (en la cámara se ve alto y calvo), se aproxima a nosotros; dispersa a sus hombres.
[Aquí se interrumpe el video. El personaje identificado como voz en off tiene una cámara oculta en alguna parte de su cuerpo. El relato continua en medio de una polvareda y con un ángulo nulo. Pareciera que inclinó la cámara hacia el suelo. Continúa con la voz del personaje].
Reniego del polvo porque se introduce en mis ojos dejándome sin ver; voy a la turba pensando en la muerte; Ariel me dice que entregue mi arma. El negro extiende su mano para recibirla. La pongo en su palma. El negro mira el cuerpo con lástima y no me dice nada.
- ¿Está muerto?- la voz en off.
- Creo que sí- se sienta en la piedra y da un suspiro.
El negro limpia el sudor de su frente con un pañuelo que saca de su pantalón y guarda la pistola en su cinto. Luego responde con sorna:
- La gente del cura nos iba a matar, mis muchachos y los detuvimos en el vado- sonríe el negro- están locos, pero el cura no verá el cuerpo.
No hay heridos; sólo Juan revolcado con la boca abierta ante el sol. El negro al fin arroja un fajo de billetes al suelo, los levanta Ariel.
- La mierda extranjera no nos agrada- Ariel lo mira con repulsión y el negro ríe burlonamente.
A mi no me mira.
- ¿Y su gente? ¿Y los fieles? - le increpa la voz en off se percibe temor.
- Ya sabes que hacer- responde el negro.
Sus hombres arrojan un par de palas de tierra y se alejan con la peregrinación; los tambores comienzan a tocar y los rezos se reanudan. Ariel levanta el cuerpo con dificultad. Yo no comprendo.
Ariel en silencio me mira.
- Terminamos aquí - señala al suelo. El sonido de su voz se confunde con el ruido de los tambores y los cantos.
Lo veo marcharse lentamente hacia la peregrinación, sé que se perderá entre el tumulto.
[Hay otra pequeña pausa en el video. Recomienza con el personaje que porta la cámara que tiene las manos cruzadas al pecho de alguien, que poco a poco por sus diálogos descubrimos que es el cuerpo de Juan. Le habla como si estuviera vivo].
- Tengo que llevarte donde nadie te encuentre- dice la voz en off.
Yo me echo a la espalda el cuerpo de Juan camino lento porque su peso inerte es mucho.(Se inclina y lo deja sobre la tierra). Pienso en mi amigo, su muerte repentina. A lo lejos veo un punto, una forma con túnica que arrastra sus pasos. (Se ve en la película un punto lejano, negro, luego se multiplican hasta ser una turbamulta. Es gente del cura.).
- Me engañó, no los detuvo- dice la voz en off.
Comienza a cavar el pozo en silencio, tratando de ganar tiempo. Una figura que después se descubre como “el cura” llega hasta aquí con los fieles, son muchos los ojos que miran. Cada uno se acerca al cuerpo y lo recorre; unas mujeres le cruzan las manos en el pecho. Murmuran cosas, continúa cavando. El cura trae la ropa sucia, casi ensangrentada sin el cíngulo.
- Juan era mi amigo- dice la voz en off.
Les habla para que le recen. (la cámara no regresa a la fosa, no se mueve, sólo está la turba ) El cura dispara. La gente ha desaparecido, como si fuesen sólo sombras.
La cámara mira la sol. Se pierden los colores.
Juzgué que por los cortes, no hubo edición en este instante, llevé la cinta con un especialista en grabaciones digitales y dijo que la grabación no había sido recortada. No hay añadiduras.
sábado, 14 de noviembre de 2009
"Orfeo guiando a Eurídice desde los infiernos" de Jean Baptiste Camille Corot
Roberto Calasso. La Literatura y los dioses (trad. de Edgardo Dobry); Anagrama, Barcelona, 2002, 211 pp.
III
"¿Qué es entonces la verdad? Una hueste en movimiento de metáforas [...]" En este extracto citado por Calasso, que pertenece al libro Sobre verdad y mentira en un sentido extramoral de Nietzsche, podemos avizorar el arribo el mar de las aguas del pensamiento. Apenas se anuncian estas palabras "los inmensos andamios y el entramado de los conceptos se derrumban; metáfora no significa sencillamente ornamento no vinculante, sólo pertinente en el mundo inconsciente de los poetas [...] Nietzsche sugería entonces ese instinto que no se apacigua en el gran 'columbario de los conceptos' buscará 'otro cauce para su corriente' ".
Otro cauce proveniente de esa chispa original; el entramado de palabras que surgen y también generan. El volcán de sentidos se expande, primero, y luego arroja estos "litos" figurativos, constantes, sin limitar su aparición del subconsciente hacia la parte consciente. La realidad formada de estos "litos" (palabras) unidos, rigurosos, lúdicos, continuos en su forma racional; de esa razón delata aquello que Nietzsche llama y derroca como verdad.
Nos sentimos desprovistos ante tales argumentos, no dichos desde la simple penumbra de un estudio, sino desde el pedestal del templo de la razón con un tono ritual, trágico, develando la naturaleza incontenible del lenguaje.
Dice Calasso, más adelante:
"Nietzsche acaba por atribuir al arte una suprema cualidad gnoseológica". Propone como apotegma un aforismo que cimbra el orden racional establecido:"Si todos los conocimientos son formas de la simulación, el arte es al menos el más inmediato y vibrante".
Fíjese bien la atención en estas líneas simples: Si la ciencia natural (matemáticas, física, química, bilogía, etc.) y la ciencia social (Filosofía, antropología, Ciencia Política, etc. ) son formas de simulación - farsa, sotie-, el arte (pintura, escultura, danza, etc.) por lo menos es el más inmediato y vibrante.
Es un argumento (si se puede utilizar el término) que incrustado en el continûus de 23 páginas forma un ínfimo fragmento (físicamente hablando) perdido en la construcción. Sin embargo, es el núcleo argumentativo de todo el capítulo. Oculto entre el tejido de palabras, formando parte del magma expulsado; confundido entre la lava del volcán incontenible del lenguaje. Una simple piedra, un "litos" nutrido con la esencia del resto de las piedras. Como lo menciona Calasso: "Nietzsche ejerce la 'magia del extremo', su primera y más temeraria virtud". Finalizar aquí sería dejar de lado el furor ideológico con el cual Nietzsche asciende al filo del templo y coloca al arte por encima de todo.
IV
Para finalizar esta reseña, Calasso encuentra una salida sutil al gran problema que nos ha planteado. Para ello recurre a Proust y lo define: "Aunque con frecuencia es presentado como un fatuo mundano a la espera de ser rozado por la inspiración, Proust presupone esta iluminación [...]-que Calasso ve como- un fondo deslumbrante ". Y continua Proust "El poeta se detiene ante cualquier cosa que no merece la atención del hombre juicioso, de forma que nos preguntamos si es un amante o un espía y, después de que por largo tiempo pareciera que mirara un árbol, nos preguntamos qué es lo que mira en realidad".
Esto sirve a Calasso para humanizar aquellos argumentos que nos parecen tan complejos, dictados por un ente externo, sin aminorar su influjo sobre el mundo, un Daimon que extrae verdades del poder elemental humano: el lenguaje. Un atentado contra la razón; un nuevo genio predica ante un público heterogéneo (gente de mercado, de plaza pública, sofistas, magos, rápsodas) de una Atenas construida en el auge de unos pliegos y algunas letras: la polis de los libros. Este nuevo Sócrates ha atentado contra la vieja razón de aquél del siglo V, con este parrafada: "(el poeta) Permanece frente aquel árbol [...] pero lo que busca está sin duda más allá del árbol". Y lo que busca "no son sensaciones sino leyes". Leyes que Calasso califica de misteriosas y sin cesar adjudica nuevamente a Proust: "La mente del poeta está llena de manifestaciones de leyes misteriosas y, cuando estas manifestaciones aparecen, se fortalecen, se destacan fuertemente sobre el fondo de su mente, aspiran a salir de él, porque todo aquello que debe durar aspira a salir de todo aquello que es frágil, perecedero y que puede desaparecer esa misma noche o ya no ser capaz de sacarlo a la luz [...] así el pensamiento de las leyes misteriosas, o poesía, cuando se siente suficientemente fuerte, aspira asalir del hombre caduco que acaso esta noche estará muerto y en el cual (como depende de él puesto que es prisionero, y él puede enfermar, o distraerse, volverse mundano, debilitarse, consumar en el placer aquel tesoro que porta en sí y que se deteriora bajo ciertas condiciones de su vida, puesto que su suerte está todavía ligada a él) no tendrá más energía misteriosa que le permitira desplegarse en su plenitud; él aspira a salir del hombre bajo la forma de obra".
El anterior, es un texto que deja sin aliento; nos muestra en luz tenue la aproximación al "desafío de la literatura absoluta" y halla en estas "leyes misteriosas (descubiertas por el poeta)" a aquellas leyes metódicas de la ciencia universal. Se convierte en un proceso de flujo de continuidad; un hecho patente entre dos atmósferas, que de un mundo igual dan un resultado ambiguo y semejante. Todo lo cubre el lenguaje: desde "en el principio fue el verbo" hasta esta compleja relación de redes entre vocablos: significados y significantes: confundidos, cruzados, negados y afines: acordes, notas, ritmo, armonía: fluidez, profundidad: subjetividad: tiempo: recuerdo, memoria, olvido (negación otravez).
Finalizo este capítulo retomando la versión que cita Calasso de la copa Ática donde aparece un joven escriba, una cabeza sola (Orfeo decapitado) y un dios que señala al escriba. El orden es así: tres actores existen en la literatura: "la mano que escribe", "la voz que habla" y "el dios que vigila e impone". Calasso propone llamarlos de la siguiente forma:el Yo, el Sí y lo Divino. Entre ellos sucede el eterno "proceso continuo de la triangulación" al cual se ven sujetos los poetas tanto como los hombres de ciencia. ¿Quien dicta las leyes para unos, lo hace para los otros?; los métodos no son diferentes (cuántas noches de delirio pasó un físico para encontrar fórmulas que le explicaran una minúscula relación del espacio en el universo- quizá sean las misma que un poeta busca un vocablo frente a un procesador de palabras a las tres de la mañana y que no hallará hasta horas, días, meses o años después).
El Daimon ha mostrado su poder de posesión y este "proceso de triangulación" se ha convertido en la fórmula física de explicar su delirio. ¿Calasso será un nuevo maestro de la religión de la razón (inspirado por el flujo palabras1) que sustituirá aquel ogro Ateniense que lo mismo predicaba en un mercado que en plaza pública? Quisiéramos que la historia nos anticipara el desenlace.
1 Unas detrás de otras, sometidas a la misma fuerza natural. Unas palabras engendrando una nueva generación distinta de conceptos, sonidos, voces y articulaciones, en fin, nuevas palabras.
jueves, 12 de noviembre de 2009
Está listo
Conocí a este hombre, era inútil hablar mucho tiempo con él. En este texto está el sustrato de origen y lo que logré captar de su charla Era un diálogo difícil porque el hombre hablaba con un tono grave y arrastrando las palabras, como si las mascara al emitirlas.
Era necesario establecer el principio del temor, ese aterrarse por las formas. Como el grito interior que decía “sal, márchate”. Un cobarde que siempre escapa. No fue el hecho, aislado por supuesto, de que el rayo irrumpió, ni siquiera el estruendo que se oiría después como un augurio.
Tomó el pocillo de café que estaba en la hornilla con la manga raída de su gabardina. Era un hombre duro, aún su mata de cabello no mostraba esa capa blanquecina y la barba apenas tenía unas chispas tenues de canas.
- Los rayos caen por culpa de los pecados- dijo el hombre -. Si no estuviéramos muertos, podríamos hasta pensar en el pecado, Adriano, pero estamos más allá de cualquier acto.
Adriano dormía en la parte plana del respaldo y abrió los ojos.
“Podría decir que eres hermoso, pero no debo tener concesiones con la vida”, lo pensó mientras le daba un trago al pocillo.
Hacía largo tiempo que nada deseaba más. Cualquier objetivo sabía que era inútil. La muerte de su mujer desde hace 2 años lo había lanzado a la intemperie, a pedir limosna, su trabajo; sus manos llenas de callosidades por el esfuerzo de afilar cuchillos. Habitaba una ciudad perdida.
Pensó en el arma que estaba en el piso y la sangre de su mujer y en su hijo ahogado. Sus ojos quisieron traicionarlo con lágrimas. “Mi cuchillo, fue con mi cuchillo”. No había escenas previas, sólo la boca de ella robando aire, el niño en la tina flotando; la mujer escupía sangre sin aire cuando él la recordó. Me mataron todo, pensó. Huía de la persecución del Estado.
El techo de asbesto dejaba pasar una gota que caía en el brazo del sillón desgastado y sucio. Un rayo inquietó a Adriano. El gato buscó los brazos cálidos del hombre avejentado.
- Si pronunciaras mi nombre, quisiera que fuera lo último que escuchase, luego podré creer – le dijo al gato y después dejó el pocillo en la mesa de centro.
El frío entraba por las paredes humedecidas de cartón y la base de madera tembló aunque soportaba aún la estructura.
- Siempre, Adriano, estamos en la línea- tomó nuevamente su pocillo-; al borde de la catástrofe.
La noche dejó entrever otro haz que marcaba en la tierra un hueco negro, escuchándose el trueno segundos después. La ventana de plástico golpeaba con el viento furioso, el hombre se puso en pie y el gato brincó al piso de tierra.
- Se romperá, estoy seguro, esta noche perderemos toda la casa- le dijo a la silueta del felino que buscó refugio debajo del sillón.
De una de las esquinas del cuarto vio un cartón empapado que tenía la palabra Caution.
- Sólo espero que termine. Nunca tuvimos nada, ni seremos un pueblo - amargamente musitaba a la sombra de la lluvia. La leyó varias veces en silencio, como si comprendiera todo de un solo golpe. Se hizo ovillo y empleó el chaleco de lana cruda para retirar la humedad de su barba y bigote.
Sacó de su bolsillo una cartera de piel sin curtir que se descosía. Extrajo una credencial de estudiante y vio la fotografía. Recordó su garbo y su manera de dirigirse a sus compañeros. Las imágenes lo habían abandonado. Ya no tenía nada: mujer e hijo habían muerto. La escuela perdida en sus lagunas de sangre.
- Soy éste y todos los hombres; yo o cualquiera. Mi aspecto mi sombra, nada importan-. Un rayo hizo temblar la estructura mientras la gotera se convertía en un chorro continuo. El agua hizo lodo en el suelo.
- Si sólo existiera dios o el mundo- susurró.
La pared comenzaba a desprenderse y la estructura de madera cedió, partiendo la casa. El hombre fue golpeado por la madera pero logró salir trastabillando. Ya en la intemperie, sentía las gotas que le cerraban los ojos. Huyó, siempre lo hacía cuando los acontecimientos eran adversos.
- Si pudiera rezar- se dijo mientras esperaba otro estruendo.
El hombre se detuvo a enterrar la credencial “Réquiem”, respondió muy bajo, mientras arrojaba un puño de tierra húmeda al hoyo. Se puso en pie. Caminó rápido, alejándose del lugar. Se desplazó entre las casas de cartón como si flotara, pero sentía el cuerpo duro y las manos entumidas; rió, finalmente.
Huía con rapidez.
- También olvidaré tu nombre, Adriano- espetó como si el gato estuviera presente. De lejos, miró cómo los habitantes se escondían “¡Ratas!”, dijo.
Los truenos no cesaban. El hombre siguió en línea recta hasta salir del conjunto de cuadros de cartón sobre la tierra. Miró atrás. Un monte se vino abajo. Poco después se escuchó el estruendo del lodo sobre las frágiles casas, la gente gritaba; algunos corrían para salvar sus pertenencias del cieno; otros trataban de ayudar a los sepultados. El hombre recordaba al gato debajo del sillón, su casa había quedado entre el montón de tierra.
Salió en pos de la avenida poblada de ruidos de agua hasta que alcanzó un puente para guarecerse de la lluvia y el viento que le daban en el rostro. Un niño traía un gato alejándose del alud de tierra y los gritos. El gato repetía un sonido monótono que el hombre comprendió como palabras.
- Sólo me falta creer – se dijo.
Pensó en ese pasado y el maravilloso don que tenía para predecir catástrofes. Regresó al derrumbe, algo encontraría en los escombros algo útil para llevarse, mientras los otros buscaban a sus muertos.
La lluvia comenzó a ceder.
Para poder escuchar la historia completa pasé mucho tiempo bajó la lluvia. Parecía como si el hombre fuera un símbolo de este elemento. Nunca cesó de llover, hasta que se alejó.
miércoles, 11 de noviembre de 2009
Poema de Oliverio Girondo (a manera de descanso)
SON LOS TRASFONDOS OTROS DE LA IN EXTREMIS
médium
que es la noche al entreabrir los huesos
las mitoformas otras
aliardidas presencias semimorfas
sotopausas sosoplos
de la enllagada líbido posesa
que es la noche sin vendas
son las grislumbres otras tras esmeriles párpados
videntes
los atónitos yesos de lo inmóvil ante el refluido
herido interrogante
que es la noche ya lívida
son las cribadas voces
las suburbanas sangres de la ausencia de reman-
sos omóplatos
las agrinsomnes dragas hambrientas del ahora con
su limo de nada
los idos pasos otros de la incorpórea ubicua tam-
bién otra escarbando lo incierto
qué pude ser la muerte con su demente célibe
muleta
y es la noche
y deserta
O.G.
Magnífico texto que eleva a otro nivel el juego vil de lenguaje. Sin timidez experimenta con el espíritu de la nada. De ella parte y a ella vuelve. Como en los textos antiguos de la india, hace recordar que en el metro (unidad de medida poética) habitan los dioses. Quién vuelve intacto después de este poema, quién se atreve a negar la "nada" descubierta al mismo tiempo que el universo y el todo.
Primer texto del libro
AGUA
Eel narrador dejó el papel a un lado de su cabecera como testimonio anónimo. La familia lo encuentra y lo destruye. Por fortuna lo hallé -después de que la familia me dio la noticia- en estado legible y con una concordancia tal que me asombró.
El hombre segrega desastre.
E.M. Cioran
Serían las diez o las once, no tuve la certidumbre pero mi mano se extendió hacia el buró, lo fui descubriendo completo. Lo admiré y provocó en mi la sensación de esa realidad: rojo en su cuerpo con sus manecillas negras. No creería verlo tan reluciente después que tanta veces lo he arrojado al piso con ira: por su naturaleza servil al sol, a la madrugada y por desesperarme al despertar con ese sonido monótono.
Antes de mudarme aquí, viví tranquilo con mi familia, ahora, en esta buhardilla sólo el grito puede unirme con los inquilinos de abajo.
Intenté alejar mi vista del objeto. La perra dálmata, que me regaló mi madre, dormía al lado de mi cama, sentí el impulso por llamarla. No tenía nombre. Algo se rompió en mi cabeza.
Desperté, los minutos que transcurrieron parecían prolongarse, miré la hora. La perra dálmata agitó su cola; ella permanecía en su sitio. Escuché un zumbido y mi reloj oscurecía. Todo su interior acumulaba agua, escurrían goterones de líquido turbio, como un río después de la lluvia. Noté que en su parte circular se ennegrecía y que en él flotaban animales pequeños y babosos. Alrededor había hormigas que caminaban en círculos como haciendo un ritual. Tuve miedo pero la curiosidad me llevó a tocar el reloj; una sanguijuela se prendió a mi dedo, caminó ascendiendo hasta mi mano. A cada paso bebía mi sangre. De una aparente molestia se trasformó en un dolor continuo. Reaccioné con mi otra mano. Era una y después fueron decenas, cada agitación de la muñeca las multiplicaba por diez, por ciento, por mil, hasta convertirse en una piel encima de mi piel. Juro que grité, pero lo único que salía de mi boca eran vidrios molidos, minúsculos, que escupía al suelo como blasfemias, como nombres o hechos diferentes. La perra ladraba, no salía el grito salvador, el sonido que hiciese que mis vecinos atendieran mi llamado de auxilio. Permanecía completamente solo, oyendo sus ladridos, sin que alguien se asomase a mi habitación; nadie la oía ladrar, nadie.
Recuperaba la voluntad, cada vez era más lúcido, me despabilaba. No era mi reloj, estaba seguro, ni tampoco, mis manos. Apreté los párpados con la convicción: “el sueño, era el sueño”. Logré desterrarlo.
Fijé mi atención en el foco: los desprendimientos ámbar que lo iluminaban todo; el cuarto permanecía en calma, cambió su aspecto oscuro, crepuscular; las paredes estaban teñidas de verde turquesa. Al fin terminó, se percibía un claro silencio de mañana que entraba al cuarto. Respiré hondo, feliz de colocarme de pie, ponerme frente a la luz de la ventana que las cortinas detenían. Ya no temí al objeto ni a sus alimañas.
El artefacto estaba henchido de agua, mis manos dolían y las descubrí pobladas; imposible al intento del grito. Sólo comenzaron los cristales a convertirse en palabras y saliva sin sangre. Nadie escuchó a la perra que ladraba con desesperación. Yo permanecí conciente y la distinguí con unos colores vivos: blanco y negro, su pelaje relucía. Intenté tocarla pero se echaba hacia atrás; ella era el único testigo de la manera en que los cristales emanaban de mi boca; tambalee, los animales comían mi sangre, habían expandido su mancha hasta mi rostro. Temblé de ira y temor. Los trozos de vidrio me dieron cuenta de lo que sucedía, uní esos fragmentos para hilar este texto. Las palabras estaban ya muertas. La dálmata se acercó a lamer mi rostro. No supe más de la mañana que cedía. Al final me dejé caer, uní los brazos a mi pecho, apreté los párpados. Ya no escuchaba nada.
El cuerpo fue encontrado boca abajo. No había rastro de violencia. parece que el hombre se levantó inconsciente y murió asfixiado por su propia lengua. Había huellas de una materia líquida en el reloj. La perra aulló durante dos días la pérdida de su amo y, posteriormente, murió.
martes, 10 de noviembre de 2009
Nota del libro de Cuentos
Este libro compilado a lo largo de 5 años reúne una serie de relatos que muestran la vida en un pueblo. Por ahora, tengo que reservarme su nominación. Pero sí aclaro, lector, que están hechos con el mayor apego a la situación histórica[1].
Regresando a los argumentos, elijo acatar las viejas reglas del testimonio. Y aclaro, como lo escribiría Marcel Schöwb, lo magnífico de la vida de otros, son las particularidades y los elementos que las hacen únicas. Me atreví a escribir la verdad de los personajes y los seres porque sé que tendré una vía para delatar todo esto que parece enlazado a una serie de acontecimientos sociales, económicos, políticos y morales corrompidos. Por ello tengo que hacer una confesión: yo soy parte de ese sitio. Pertenezco a esa realidad construida sin palabras. Ya no puedo guardarla más.
El libro lo dividí en tres partes para poner en aviso al lector que las historias son temáticamente cercanas, por su continuidad cronológica, su descripción y su proximidad estructural. Algunos relatos tienen indicaciones previas que muestran la manera en que se encontró el testimonio (caso de los relatos: Vigilia en chelo, Los fieles o La casa de los árboles muertos) o la forma en que se halló el vestigio (el recado hecho trizas en el cual se encontró la historia denominada Agua). Es importante aclarar que este escritor se dio a la tarea de investigar, entre los pobladores, cada elemento que diera sentido a su identidad. Pero resultó, que un objetivo puramente cultural, se convirtió en un testimonio crudo de eventos anómalos, extraños. Por ello no puedo develar el nombre del sitio. El próximo libro lo habré de publicar cuando nadie pueda tomar represalias. Por el momento me abstengo.
Son también historias en su formalidad oral que este escritor dio estilo a través de una crónica. Según los elementos con los cuales se iba cotejando el relato, de los diferentes narradores orales como el caso de Alud y Los perros (que dejé en la parte final del libro). Otro destino distinto es el del texto Enrico y los peces fue importante colocarle el referente oral para que tuviera sentido la narración, ya que, a diferencia de las otras, tiene algunos elementos fantásticos.
El caso de La aguja de Cioran es diferente; primero porque raya en la ficción y segundo porque el autor fue Miguel Ferrán, un escritor que publicó un ensayo, en una revista literaria (que yo dirigía hace algunos años). Él envió este texto para que se le diera difusión. Lo entendí como literatura, de primera impresión, por el estilo, (y estuve a punto de descartarlo) pero al descubrir que ese mismo relato contenía otro me percaté que algo sospechoso rondaba en el texto. Los epígrafes fueron respetados como el autor las colocó.
Hablando al respecto en dos de los relatos: Agua y Vigilia en chelo, el epígrafe surgió encontrándose con el texto. Explico, en alguna ocasión, releyendo ambas historias, tenía yo en mi mesa de trabajo los libros de José María Vargas Vila, abrí una página al azar y apareció esa frase. No pude evitarlo y la coloqué como un referente personal, algo que le diera sentido a mi relectura; en el segundo caso, el libro de Emil Mijail Cioran, fue mucho más complejo, ya que me hallaba buscando un bolígrafo que había extraviado en el suelo y al inclinarme el libro estaba abierto en el sitio donde encontré ese aforismo. Sin embargo para los textos de Ofelia y La compañía fue su temática lo que orilló a colocarles cada epígrafe, resultó un acto irresistible, casi obligado de manera automática; el primero, de Shakespeare, apareció como una urgencia de ratificar un estado mortal y el segundo, de Nietzsche, como una ingerencia personal, un acto de rebelión y sentido filosófico. Un metarrelato de una historia de lecturas personales.
No anticipo nada, lo dejo al lector que deberá emitir su juicio. Al final de libro se percatará de los hechos.
M.T.
[1] Tanto que Herodoto podría dar fe de ello; así como Aristóteles y Ganímedes. [Como soy católico debo citar de mejor manera a San Juan de la Cruz y San Antonio; así como la vida de la madre Santa Teresa de Jesús, que no están vivos para dar fe, pero que sí pudiesen harían juramento tal que sería bien visto por los hermanos Diosesanos]. También el mismo rey Don Alfonso X o el historiador provenzal Caesar Manot. En el renacimiento el mismo François Rabelais o el mismo Fernando de Rojas. Nuestros hispanos más leales a la verdad Lope de Vega o Calderón de la Barca. Hasta la actualidad con Hobsbawm y su postura sobre la historia. La revisión continuaría pero no es necesaria la cita pedantesca que aburra al lector
La realización de Les Chants
Miguel Tonhatiu