ALUD
Conocí a este hombre, era inútil hablar mucho tiempo con él. En este texto está el sustrato de origen y lo que logré captar de su charla Era un diálogo difícil porque el hombre hablaba con un tono grave y arrastrando las palabras, como si las mascara al emitirlas.
Era necesario establecer el principio del temor, ese aterrarse por las formas. Como el grito interior que decía “sal, márchate”. Un cobarde que siempre escapa. No fue el hecho, aislado por supuesto, de que el rayo irrumpió, ni siquiera el estruendo que se oiría después como un augurio.
Tomó el pocillo de café que estaba en la hornilla con la manga raída de su gabardina. Era un hombre duro, aún su mata de cabello no mostraba esa capa blanquecina y la barba apenas tenía unas chispas tenues de canas.
- Los rayos caen por culpa de los pecados- dijo el hombre -. Si no estuviéramos muertos, podríamos hasta pensar en el pecado, Adriano, pero estamos más allá de cualquier acto.
Adriano dormía en la parte plana del respaldo y abrió los ojos.
“Podría decir que eres hermoso, pero no debo tener concesiones con la vida”, lo pensó mientras le daba un trago al pocillo.
Hacía largo tiempo que nada deseaba más. Cualquier objetivo sabía que era inútil. La muerte de su mujer desde hace 2 años lo había lanzado a la intemperie, a pedir limosna, su trabajo; sus manos llenas de callosidades por el esfuerzo de afilar cuchillos. Habitaba una ciudad perdida.
Pensó en el arma que estaba en el piso y la sangre de su mujer y en su hijo ahogado. Sus ojos quisieron traicionarlo con lágrimas. “Mi cuchillo, fue con mi cuchillo”. No había escenas previas, sólo la boca de ella robando aire, el niño en la tina flotando; la mujer escupía sangre sin aire cuando él la recordó. Me mataron todo, pensó. Huía de la persecución del Estado.
El techo de asbesto dejaba pasar una gota que caía en el brazo del sillón desgastado y sucio. Un rayo inquietó a Adriano. El gato buscó los brazos cálidos del hombre avejentado.
- Si pronunciaras mi nombre, quisiera que fuera lo último que escuchase, luego podré creer – le dijo al gato y después dejó el pocillo en la mesa de centro.
El frío entraba por las paredes humedecidas de cartón y la base de madera tembló aunque soportaba aún la estructura.
- Siempre, Adriano, estamos en la línea- tomó nuevamente su pocillo-; al borde de la catástrofe.
La noche dejó entrever otro haz que marcaba en la tierra un hueco negro, escuchándose el trueno segundos después. La ventana de plástico golpeaba con el viento furioso, el hombre se puso en pie y el gato brincó al piso de tierra.
- Se romperá, estoy seguro, esta noche perderemos toda la casa- le dijo a la silueta del felino que buscó refugio debajo del sillón.
De una de las esquinas del cuarto vio un cartón empapado que tenía la palabra Caution.
- Sólo espero que termine. Nunca tuvimos nada, ni seremos un pueblo - amargamente musitaba a la sombra de la lluvia. La leyó varias veces en silencio, como si comprendiera todo de un solo golpe. Se hizo ovillo y empleó el chaleco de lana cruda para retirar la humedad de su barba y bigote.
Sacó de su bolsillo una cartera de piel sin curtir que se descosía. Extrajo una credencial de estudiante y vio la fotografía. Recordó su garbo y su manera de dirigirse a sus compañeros. Las imágenes lo habían abandonado. Ya no tenía nada: mujer e hijo habían muerto. La escuela perdida en sus lagunas de sangre.
- Soy éste y todos los hombres; yo o cualquiera. Mi aspecto mi sombra, nada importan-. Un rayo hizo temblar la estructura mientras la gotera se convertía en un chorro continuo. El agua hizo lodo en el suelo.
- Si sólo existiera dios o el mundo- susurró.
La pared comenzaba a desprenderse y la estructura de madera cedió, partiendo la casa. El hombre fue golpeado por la madera pero logró salir trastabillando. Ya en la intemperie, sentía las gotas que le cerraban los ojos. Huyó, siempre lo hacía cuando los acontecimientos eran adversos.
- Si pudiera rezar- se dijo mientras esperaba otro estruendo.
El hombre se detuvo a enterrar la credencial “Réquiem”, respondió muy bajo, mientras arrojaba un puño de tierra húmeda al hoyo. Se puso en pie. Caminó rápido, alejándose del lugar. Se desplazó entre las casas de cartón como si flotara, pero sentía el cuerpo duro y las manos entumidas; rió, finalmente.
Huía con rapidez.
- También olvidaré tu nombre, Adriano- espetó como si el gato estuviera presente. De lejos, miró cómo los habitantes se escondían “¡Ratas!”, dijo.
Los truenos no cesaban. El hombre siguió en línea recta hasta salir del conjunto de cuadros de cartón sobre la tierra. Miró atrás. Un monte se vino abajo. Poco después se escuchó el estruendo del lodo sobre las frágiles casas, la gente gritaba; algunos corrían para salvar sus pertenencias del cieno; otros trataban de ayudar a los sepultados. El hombre recordaba al gato debajo del sillón, su casa había quedado entre el montón de tierra.
Salió en pos de la avenida poblada de ruidos de agua hasta que alcanzó un puente para guarecerse de la lluvia y el viento que le daban en el rostro. Un niño traía un gato alejándose del alud de tierra y los gritos. El gato repetía un sonido monótono que el hombre comprendió como palabras.
- Sólo me falta creer – se dijo.
Pensó en ese pasado y el maravilloso don que tenía para predecir catástrofes. Regresó al derrumbe, algo encontraría en los escombros algo útil para llevarse, mientras los otros buscaban a sus muertos.
La lluvia comenzó a ceder.
Para poder escuchar la historia completa pasé mucho tiempo bajó la lluvia. Parecía como si el hombre fuera un símbolo de este elemento. Nunca cesó de llover, hasta que se alejó.
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