NOTICIA DEL ESCRITOR
Este libro compilado a lo largo de 5 años reúne una serie de relatos que muestran la vida en un pueblo. Por ahora, tengo que reservarme su nominación. Pero sí aclaro, lector, que están hechos con el mayor apego a la situación histórica[1].
Regresando a los argumentos, elijo acatar las viejas reglas del testimonio. Y aclaro, como lo escribiría Marcel Schöwb, lo magnífico de la vida de otros, son las particularidades y los elementos que las hacen únicas. Me atreví a escribir la verdad de los personajes y los seres porque sé que tendré una vía para delatar todo esto que parece enlazado a una serie de acontecimientos sociales, económicos, políticos y morales corrompidos. Por ello tengo que hacer una confesión: yo soy parte de ese sitio. Pertenezco a esa realidad construida sin palabras. Ya no puedo guardarla más.
El libro lo dividí en tres partes para poner en aviso al lector que las historias son temáticamente cercanas, por su continuidad cronológica, su descripción y su proximidad estructural. Algunos relatos tienen indicaciones previas que muestran la manera en que se encontró el testimonio (caso de los relatos: Vigilia en chelo, Los fieles o La casa de los árboles muertos) o la forma en que se halló el vestigio (el recado hecho trizas en el cual se encontró la historia denominada Agua). Es importante aclarar que este escritor se dio a la tarea de investigar, entre los pobladores, cada elemento que diera sentido a su identidad. Pero resultó, que un objetivo puramente cultural, se convirtió en un testimonio crudo de eventos anómalos, extraños. Por ello no puedo develar el nombre del sitio. El próximo libro lo habré de publicar cuando nadie pueda tomar represalias. Por el momento me abstengo.
Son también historias en su formalidad oral que este escritor dio estilo a través de una crónica. Según los elementos con los cuales se iba cotejando el relato, de los diferentes narradores orales como el caso de Alud y Los perros (que dejé en la parte final del libro). Otro destino distinto es el del texto Enrico y los peces fue importante colocarle el referente oral para que tuviera sentido la narración, ya que, a diferencia de las otras, tiene algunos elementos fantásticos.
El caso de La aguja de Cioran es diferente; primero porque raya en la ficción y segundo porque el autor fue Miguel Ferrán, un escritor que publicó un ensayo, en una revista literaria (que yo dirigía hace algunos años). Él envió este texto para que se le diera difusión. Lo entendí como literatura, de primera impresión, por el estilo, (y estuve a punto de descartarlo) pero al descubrir que ese mismo relato contenía otro me percaté que algo sospechoso rondaba en el texto. Los epígrafes fueron respetados como el autor las colocó.
Hablando al respecto en dos de los relatos: Agua y Vigilia en chelo, el epígrafe surgió encontrándose con el texto. Explico, en alguna ocasión, releyendo ambas historias, tenía yo en mi mesa de trabajo los libros de José María Vargas Vila, abrí una página al azar y apareció esa frase. No pude evitarlo y la coloqué como un referente personal, algo que le diera sentido a mi relectura; en el segundo caso, el libro de Emil Mijail Cioran, fue mucho más complejo, ya que me hallaba buscando un bolígrafo que había extraviado en el suelo y al inclinarme el libro estaba abierto en el sitio donde encontré ese aforismo. Sin embargo para los textos de Ofelia y La compañía fue su temática lo que orilló a colocarles cada epígrafe, resultó un acto irresistible, casi obligado de manera automática; el primero, de Shakespeare, apareció como una urgencia de ratificar un estado mortal y el segundo, de Nietzsche, como una ingerencia personal, un acto de rebelión y sentido filosófico. Un metarrelato de una historia de lecturas personales.
No anticipo nada, lo dejo al lector que deberá emitir su juicio. Al final de libro se percatará de los hechos.
M.T.
[1] Tanto que Herodoto podría dar fe de ello; así como Aristóteles y Ganímedes. [Como soy católico debo citar de mejor manera a San Juan de la Cruz y San Antonio; así como la vida de la madre Santa Teresa de Jesús, que no están vivos para dar fe, pero que sí pudiesen harían juramento tal que sería bien visto por los hermanos Diosesanos]. También el mismo rey Don Alfonso X o el historiador provenzal Caesar Manot. En el renacimiento el mismo François Rabelais o el mismo Fernando de Rojas. Nuestros hispanos más leales a la verdad Lope de Vega o Calderón de la Barca. Hasta la actualidad con Hobsbawm y su postura sobre la historia. La revisión continuaría pero no es necesaria la cita pedantesca que aburra al lector
No hay comentarios:
Publicar un comentario