La vie est brève
Es de un valor grande el tener en mano las cartas de Onetti dirigidas a Julio Payró. En ellas se vierte una parte importante de la poética del autor de Juntacadáveres; quizá en ningún texto es tan visible como en ese diálogo íntimo de amigos con el crítico de arte (Payró). Su profundidad se desmenuza en una serie de juegos espaciales y sonoros. Ejercicios que atentan contra la estructura pero que en verdad, como las licencias poéticas, le dan un nuevo significado a las formas tradicionales de la lengua que aún sigue asombrándonos.
M.T.
miércoles, 16 de diciembre de 2009
lunes, 14 de diciembre de 2009
Segundo descanso
BALAÚA
DE OLEAJE TÚ DE ENTREGA DE REDIVIVAS MUER-
tes
en el maramor
plenamente amada
tu néctar piel de pétalo desnuda
tus bipanales senos de suave plena luna
con su eromiel y zumbos y ritmos y mareas
tus tús y más que tus tús
tan eco de eco mío
y llamarada suya de la muy sacra cripta mía tuya
dame tu
Balaúa
Oliverio Girondo
DE OLEAJE TÚ DE ENTREGA DE REDIVIVAS MUER-
tes
en el maramor
plenamente amada
tu néctar piel de pétalo desnuda
tus bipanales senos de suave plena luna
con su eromiel y zumbos y ritmos y mareas
tus tús y más que tus tús
tan eco de eco mío
y llamarada suya de la muy sacra cripta mía tuya
dame tu
Balaúa
Oliverio Girondo
jueves, 10 de diciembre de 2009
Comentario
Finalicé L a vida breve de Onetti y en conjunto con Las Cartas pienso en un texto solo. Quizá un ensayo breve. Salud. Si es que existen esos lectores del otro lado. Tú si tú. el que lee en este instante con sopor y medrado por el cansancio; tú el que sigue esto. Bueno para mí. Por lo menos le escribo a alguien.
Desde esta trinchera.
M.T.
Desde esta trinchera.
M.T.
domingo, 6 de diciembre de 2009
Otro texto
ENRICO Y LOS PECES
Esta historia me llegó por lapsos en una charla con Pausanías, médico nihilista, que desarrolló un temor a las noticias novedosas y prefirió que yo contase la historia por ser escritor. Los intervalos y las fechas fueron designados por él.
Tenía forma de pez. Así lo dijeron la esposa y la abuela en la canícula del 21 de agosto. Su casa era pequeña, tenía sólo una habitación, la estancia y un espacio para el comedor. El patio era amplio con un cuarto de servicio al fondo donde se guardaban los objetos viejos.
Su mujer era alta de ojos aceitunados y una piel pálida y fina, la boca, pequeña y tenue. Su aliento, lo había descrito Enrico, era un halo de canela.
Desde el baño, Enrico Galva llamó a Magdalena. Él sólo en ocasiones especiales mostraba su habilidad. Ella y los familiares de Enrico que le visitaban de vez en vez decían irónicamente que tener un esfínter que creara un pez vivo era una facultad conferida a los dioses.
- Dios – contestaba ufano – es una falacia, esto es más grande.
A pesar de ello, él siguió comiendo por las noches avena y azúcar combinados con agua tibia. A veces el estreñimiento impedía realizar su proeza. Tomaba dos litros de agua, desayunaba un vaso con leche, dos galletas que Magda preparaba; así como un poco de ron para agilizar la digestión. La dieta de la tarde era lechuga, soya en forma de carne y una copa de oporto. No lograron determinar cómo era que esos peces nacieron de él pero este acto ya era cotidiano.
Hermanos y amigos cercanos lo visitaban y antes de realizar la prueba, ellos inspeccionaban en el baño, no hubiera una bolsa con el pequeño escuálido.
“Infames”, pensó Enrico.
Él, antes de llevar a cabo el ritual, pedía un vaso con agua a su mujer. Ella se lo llevaba y le besaba la frente; él sonreía como un niño. Los espectadores, le pedían mostrara el vaso con detenimiento y luego se designaba a uno de ellos para acompañarlo durante todo el trance. Era una cosa fácil, un espectáculo, que por pudor sólo pertenecía a la familia y a los cercanos.
Enrico en su extraño aspecto, se dejaba la barba y permitía que ella le recortara el excedente dos veces por mes. Su frente era amplia y su sonrisa destellaba por la dentadura firme y nácar. Apenas rozaba los treinta años. Hasta ese momento no tenía hijos con Magda, pero esperaba el momento oportuno para que ella cediera.
Para el mes siguiente, 18 de septiembre, el médico de la abuela quería conocer el suceso. Su mujer estuvo de acuerdo, sintió que Enrico podría demostrar, si no científicamente, sí de una forma tácita su hazaña. Pero a la hora de la visita del doctor, Enrico, molesto, pospuso la demostración.
Galva sólo era un hombre prodigio, regordete con manías y certezas. Ella, había propuesto la idea de hacer el acto público y cobrar una cuota fija por grupo; porque para ese momento había leído un libro de Gabriel García Márquez que describía a un ángel caído del cielo en un pueblo de costa y, gracias a él, la familia que lo apresó pudo levantar una mansión. Nunca leyó el final. Él pensó en el dinero, en la fama y los sueños de viajes imposibles que habían quedado en la cabeza de su esposa desde el inicio de su matrimonio, pero respetaba la naturaleza de su prodigio y no quería venderse.
- Enrico, no quiero ser una mujer común- decía ella -. Merezco más. Lo hemos esperado por mucho tiempo.
Esa frase era un reproche. Sólo demostraba desconfianza.
Él terminó por pensar en lo absurdo que sería tener a los doctores inspeccionándole el culo; a los medios de comunicación preguntando por sus maneras de crear, que también eran absurdas.
- ¡Cagaré como yo quiera! – respondió entre dientes.
La abuela Matilde citó en octubre al doctor. Magda se esmeró en comprar juegos de baño combinados y mantener limpia la casa. Enrico estaba en la oficina postal. Pronto volvería del trabajo.
El médico llegó. La mujer ofreció en una copa de oporto. Era una tarde nublada. Se sorprendió del aspecto y las maneras tan finas casi femeninas del doctor. Miraba sus ojos color turquesa – profundos- y escuchaba de sus labios el paladeo de las palabras.
- Viene un poco retrasado; no tengo mucho tiempo, hay otra visita.
Ella sonrió. Lo guío para distraerlo hacia el baño, vio el nuevo juego de tapetes y fundas para las tapas. El médico miraba el reloj. Entonces Magda, vio su cabello entrecano y pensó en el porte de “hombre maduro definido, triunfador”.
- No tarda – contestó conciliadora, dirigiéndose, ambos, a la sala.
- Es usted una gran anfitriona- dijo el doctor – pero tengo que marcharme, le dejo esta tarjeta.
Ella miró la mano del doctor y no se parecía en nada a la de Enrico: era suave y huesuda, sin ningún daño, totalmente pulcra.
- Pero mejor llame cuando pueda hablar con usted – agregó el médico.
Enrico al entrar, lo miró extraño, sin preocuparse de su tardanza. Vio a Magda ofendida. Le dio un beso de saludo y fue al baño para realizar algo magnífico: dejó un pez multicolor.
- Hoy desayuné toronja en lugar de naranja en mi jugo – dijo satisfecho con el pez en una bolsa de plástico.
“La variabilidad de la comida - notó él - es a pesar de todo como si nos sumergiéramos en un juego de azar. Es sólo la voluntad de cambiar el orden y los tipos de alimentos, pero sin dejar de utilizar la base que provoca este prodigio”.
Hacia finales noviembre, ya hacía un frío invernal, la abuela Matilde los visitó con el doctor. Enrico estaba incómodo con la inspección. El doctor explicó durante una hora los casos extraños que vio; pero de los veinte años de carrera nunca le tocó uno como éste. Él era especialista en estomatología y daba consulta en el hospital central.
Mencionó sus épocas de interno en un hospital de Texas y la manera en que había visto una microcirugía de esófago con una simple cámara introducida en el cuerpo de un paciente. Las mujeres se quedaron asombradas. Parecía como si el espacio de la casa fuera insuficiente para albergar a tan importante personaje. El médico cambió de tema y dijo:
- Llamamos a dos proctólogos y un especialista en gastroenterología del hospital central para que comprueben el suceso.
- Sí hijo, de esto ya verás que hasta la tele viene a tu casa- complementó la abuela Matilde.
Ella, a pesar de ser vieja, tenía una piel suave y lisa; unos ojos vivos que la luz llenaba de un color azul. Tenía formas de una mujer joven pero siempre se delataba por su voz, un poco enronquecida por el tiempo. Su edad no era evidente, puesto que aún no se había encogido y mantenía un vigor de hembra adormecida. Ella era la tía de Magda, pero Enrico la vio siempre como la madre de su mujer. La manera de referirse a ella, parecía una burla socarrona ante los cuidados que Matilde procuraba para su persona.
Enrico, durante la charla, no contestó a ninguna de las acotaciones, disimulaba muy bien hasta el fin de la plática. Interrumpió, invitando al doctor a revisar el espacio por su propia cuenta. El médico entró a observar el depósito, el retrete, los gabinetes, las tuberías, hasta olió el interior.
- Ni siquiera huele a pescado – dijo Enrico.
La abuela Matilde y Magda hablaban de los medios de comunicación y la posible fortuna que venía. Cuando el prodigio y el doctor salieron del sanitario, ellas desviaron la conversación. Enrico invitó al médico a que en cuanto tomara el té, que abuela había preparado, entrara con él a mirar su proeza. El doctor Pausanías prefirió hablar con las mujeres en la sala. Observaba el cuadro de la última cena que coronaba la habitación.
- He leído de esto – dijo el doctor – pero sólo sucede en los periódicos amarillistas o en la ficción. Ninguna revista médica registra casos fuera de alteraciones genéticas que modifiquen los apéndices.
Magda abrió los ojos y susurró: “parece muy real”.
- La realidad y la ficción son construidas bajo un mismo patrón en sus argumentos – dijo, mientras dejaba su té en la mesa -. Por ejemplo, Gabriel García Márquez escribe cuentos al servicio de la realidad pero no se sujeta a ella.
- Yo creía – contestó - que se escribía sólo la verdad.
- La verdad – dijo la abuela Matilde – es sólo una invención de la mente humana- señaló la frente.
Enrico gritó desde dentro, el doctor entró, y vio un pez largo de bigotes de gato que nadaba plácidamente.
- Eso sucede cuando estoy nervioso – replicó.
Lo que no sabía el doctor Pausanías es que esos animales sólo sobrevivían doce horas y que luego flotaban boca arriba; por ello no tenían pecera.
- Sus colores son tibios – dijo Enrico mientras lo atrapaba en una bolsa de plástico.
Salieron del sanitario y el doctor secó su frente.
Pausanías no habló más durante la tarde, sólo se tomó tres tizanas sin regresar al asunto hasta que la noche llegó. Éste se disculpó con la abuela y con Magda y con Enrico hizo una mueca parecida a una sonrisa: “un ser tan común podía llevar a cabo un acto sublime”.
La mujer acompañó al doctor a la puerta, le dejó un recado en la mano que Pausanías guardó de inmediato en el parche del saco.
“Definitivamente me envidia- pensó Enrico – mi futuro llegó hasta aquí. Si sólo fuera otro hombre esto sería más fácil.”
- ¿Por qué te molesta, a caso esto que te sucede no es más irreal que si alguien escribiera una historia? – contestó la abuela.
Replicó de una manera enérgica: “no dejaré que ningún especialista me vea ustedes hagan el plan sobre sus propias vidas y yo lo haré sobre la mía”, dirigió la vista a su mujer. Abandonó rápido la sala. Lo adivinó, ellas no desistirían.
La Abuela Matilde y su esposa pactaron el encuentro con los fisiólogos. Por la obstinación de ellas se habían cancelado las visitas. Hasta los familiares más cercanos fueron evadidos.
El 24 de diciembre; Enrico no fue a la oficina postal, había permanecido en casa para las fiestas. La suspicacia lo invadió. Pensó en lo que tramaban esas mujeres. Y decidió librarse de ello sin confrontaciones.
- Me voy – se colocó su chaqueta .
- No puedes, la abuela dijo que venía a pasar la noche- salió Magda de la cocina.
Enrico miró su billetera y se dirigió a la puerta.
- ¡Que te quedes carajo! – gritó ella cuando él ya había cruzado el umbral.
Enrico caminaba escuchando una serie de gritos desde dentro pero no quiso regresar a discutir. El camino era largo. A su paso miró una camioneta. Siguió de frente. Oyó el último grito desde la puerta pero él no se detuvo. Un taxi paró en la esquina, él se aprestó a subir, mientras el cielo mostraba la luna naciente.
Regresó a casa después de las doce. Las luces estaban apagadas. “La abuela me tendió una trampa”, dijo en voz baja y sonrió. Pero siguió de frente hacia la sala y vio la mesa llena de vasos sucios y cucharas. Entró al comedor. Todo estaba confundido en la penumbra.
- ¡Magda, Magda!- le gritó pero sólo estaba ante las tinieblas- ¿dónde estás?- lo dijo con una ingenuidad casi infantil.
Encendió las luces conforme entraba a las habitaciones.
Pateó una botella de licor que rodó hasta la puerta del patio. Estaba cerrada. Llegó hasta ella, pero oía unos ruidos que salían del cuarto de servicio, en la bodega de las cosas viejas. Un vaho nocturno le hizo descifrar ese lenguaje conforme se aproximaba. Abrió el cuarto y vio desnudos a Magdalena y Pausanías; a tía Matilde en el sillón observando la escena.
“Eso es lo que sucede cuando dejo mi casa sola”, pensó mientras miraba a la abuela; “Es el odio que los hombres mezquinos tienen por los bienes que otros poseen”. Luego llegó la luz a su mente. “Es el precio de conocer el mundo, ese lo pagas con la perversión”.
Cerraba la puerta mientras regresó por el camino hacia el baño. Defecó un pez y luego bajó la palanca del baño.
- Ya es tarde- se dijo como negando con las palabras el peso de la realidad.
Fue a su habitación y tomó las cosas de su mujer y las hizo un bulto. Luego sacó el equipaje a la calle.
“Es el precio de la perversión que tiene que pagar el hombre por el conocimiento”, se dijo. Sintió una presión en la garganta que le impedía tomar aire.
Ya su mujer venía desnuda por el patio, él regresó a tomar la botella que había pateado del suelo, ya rota. La izó por el cuello, mostrando los filos de cristal y se dijo: “Aquí los espero, sé que vendrán”.
Magda ebria cruzaba el umbral hacia la cocina y la luna menguante aparecía con su brío en mitad del cielo.
Pausanías desapareció después de relatarme estos fragmentos. La última vez lo vi pidiendo limosna y no me reconoció. Después supe que había muerto desnudo en un parque público; no tenía testículos, las cicatrices aún se notaba en la entrepierna.
Yo no creí esa historia.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)